domingo, 4 de mayo de 2014

LOS CUENTOS DE BEEDLE EL BARDO: EL MAGO Y EL CAZO SALTARIN


El Mago y el Cazo Saltarin
Este cuento comienza lo suficientemente feliz, con un “amable viejo mago” a quien conocemos brevemente, pero que nos recuerda a nuestro querido Dumbledore, por lo cual debemos pausar y tomar un respiro.
Éste “adorable hombre” usa su magia principalmente para su beneficio y para el de sus vecinos, creando pociones y antídotos para ellos en lo que él llama “caldero de la suerte”. Poco después de conocer a éste amable y generoso hombre, él muere (tras llegar a una “edad avanzada”) y le deja todo a su hijo único. Desafortunadamente, el hijo no es como el padre (y completamente similar a Malfoy). Tras la muerte de su padre, descubre el caldero, y en él (muy misteriosamente) una zapatilla y una nota de su padre que dice “Es mi esperanza, hijo mío, que nuca llegues a necesitar esto”. Como en la mayoría de los cuentos de hadas, éste es el momento en el que todo comienza a salir mal…
Molesto por no tener nasa más que un caldero a su nombre, y desinteresado en cualquiera que no pudiera hacer magia, el hijo le da la espalda al pueblo, cerrando las puertas a sus vecinos. Primero llega el viejo cuya nieta está plagada de verrugas. Cuando el hijo les cierra la puerta en su cara, inmediatamente escucha un ruido en la cocina. Al caldero de su padre le había nacido un pie y bastantes verrugas. Divertido, y a la vez desagradable. Ninguno de sus hechizos funciona desde entonces, y no puede escapar del saltarín caldero que los sigue, incluso hasta al lado de su cama. Al siguiente día, el hijo abre la puerta a un anciano que ha perdido su burro. Sin su ayuda para cargar víveres al pueblo, su familia moriría de hambre. El hijo (quien claramente nunca ha leído un cuento de hadas) le cierra la puerta al anciano. De inmediato, el caldero saltarín lleno de verrugas, comienza a quejarse como burro y a gemir de hambre. Como en cualquier cuento de hadas, el hijo recibe a más visitantes, y hacen falta lágrimas, vómito, y un perro llorón para que el mago sucumba a su responsabilidad, y al verdadero legado de su padre. Renunciando a sus maneras egoístas, llama a la gente del pueblo para que vayan a pedirle ayuda. Uno por uno, cura a los enfermos, y al hacerlo, vacía el caldero. Al final, sólo queda la misteriosa zapatilla, la única que calza perfectamente en el ahora quiero caldero, y ambos caminan (y saltan) hacia la puesta de sol.

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